5 mar 2013


AMANTE Y ESPOSA,  Cap. 1


Cerró el wáter con la tapa y se sentó. No podía aguantarse por más tiempo las ganas que tenía de llorar y de echarse a morir. ¿Es que todo el mundo lo sabía? Que verdad que era lo que se solía decir en las telenovelas, pueblo chico infierno grande. Menos mal que solo faltaban cinco minutos para que esa panda  de enteraos  se fuera pá su casa de una puñetera vez, aunque por fortuna aquella chismosa que la miraba con compasión solía salir la primera y antes de que fueran las tres y cuarto. La muy digna con su marío del brazo.  En aquel momento se alegraba de que les hubieran quitado la paga extra de Navidad, total, si ella solo había entrado por un contrato de seis meses de  limpiadora.
En cuanto hubiesen salido saldría del servicio de señoras, se sacaría un café de la máquina y  podría ponerse a llorar a lágrima viva sin tener que andar preocupándose de que alguien la viera y le fuera con el cuento a su marido ni a sus hijos. Ya estaba hasta el moño de las cuatro criticonas de su calle, el sálvame del cable se autodenominaban así mismas, como si aquello fuera gracioso, sobre todo en aquel momento que el objeto de todos los comentarios y todas las burlas era ella.
Esperó cinco minutos más. Iban a dar  las tres y media, como era viernes ningún funcionario se quedaría esa tarde, sobre todo porque el lunes era fiesta, por lo que tenían un puente. Suspiró con pesar. Un puente metida en casa con él y los niños haciendo ver que eran amigos y que no tenía importancia.
Aguzó el oído, al parecer ya no se oía nada, por lo visto habían cerrado la puerta del Ayuntamiento por fin, así que salió del baño y cogió una moneda para sacar un café de la máquina, se lo tomaría sentada en el banquito que había para que la gente que iba a arreglar algún papel se sentara y no estuviese de pie. No pudo evitar que toda su rabia, dolor y humillación saliera a flote y empezara a llorar como una magdalena, entre hipos y maldiciones.

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-¿Se puede saber qué te pasa?
Juani  giró la cabeza avergonzada para poder ver quien la había visto en aquella situación.  Aquella no era otra que la jurídico que llevaba las multas y que había escrito algunos libros. La hija del pajarito, Sonia.
-Ten, sécate esas lágrimas y las velas de mocos—le dijo con una sonrisa mientras le acercaba un trozo de papel higiénico.
-Gracias. ¿Qué haces aquí aún? Se supone que salís a las tres y cuarto—le preguntó  Juani--, aunque claro que algunos os vais a las tres y cinco que os he visto yo.
-Ya estamos con lo de siempre de los funcionarios—protesto la muchacha que tendría poco más de treinta años. Nada que ver con ella que acababa de cumplir cuarenta y cuatro y se sentía vieja y fea.
-Ji, como que no es verdad.
-Bueno, cambio de tema que no quiero pelearme contigo. Estoy aquí porque me caso en unas semanas  y tengo que acabar unos expedientes antes de irme de vacaciones más los días por matrimonio.
-No te cases chiquilla—le dijo Juani con pena--. Si te tiene que dejar da igual que…--se calló de golpe ante lo que había estado a punto de decir.
-Oppsss.
Sonia la miraba con compasión y ella no pudo aguantarlo.
-¿Tú también lo sabes no?—le preguntó con coraje.
-Es raro no enterarse de algo en el pueblo, Tarifa es un patio de vecinos, más aún este lugar, al que viene todo el mundo con algún chisme.
-Claro, a contarle las cosas a los del Ayuntamiento—no sabía por qué pero estaba pagando la rabia con aquella muchacha que la miraba arqueando las cejas a través de unas gafas de color negro, del mismo tono que su cabello.
-Mira con quien tienes que molestarte es con tu marido y no conmigo—le  reprochó molesta--, yo solo me he interesado por ti, pero vamos, que me doy media vuelta y vuelvo a mi oficina, lo único que pasa es que te he oído y he salido a ver si podía ayudarte.
Juani se sintió avergonzada por la reprimenda.
-Nadie puede ayudarme.
-Bueno, eso depende.
-¿De qué?—le preguntó conociendo la respuesta de antemano. Su marido había decido separarse de ella. Se lo había dicho  hacía una semana, pero no se había ido de casa porque con la situación económica por la que atravesaba el país, no se atrevía a marcharse y tener que pagar un alquiler en otro sitio y seguir asumiendo los gastos de la hipoteca así como el mantenimiento de los niños,  el coche y… y todo lo demás.
Sonia la miró un momento. Juani pensó que aquella muchacha era un ingenua, nada más lejos de la verdad. Se dio cuenta de ello en cuanto empezó a hablar.
-Depende de ti—le dijo sin pestañear--. De lo que quieras tú.
-¿De lo que yo quiera? ¿Acaso crees que quiero que mi marido me deje?—Aquella niñata de qué iba.
-Bueno,  si no haces nada por evitarlo, a lo mejor es lo que quieres, o mejor aún, lo que te mereces.
A Juani le dieron ganas de desquitarse con ella, sacar su rabia de una  vez por todas para dirigirla contra alguien, de cogerla por los pelos y arrastrarla por toda la planta baja de la Casa Consistorial.

  

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